viernes, 13 de septiembre de 2013

Una vieja y breve historia



Esta es una historia de esas que a uno lo obligan a reflexionar y que lo llevan a decir cómo no se me ocurrió a mí interpretarla de esa manera. Es más, esta historia tiene infinitas interpretaciones. Esta que vamos a leer no es la primera ni la última. Es, simplemente, una de aquellas.

La historia no es mía. La escuché alguna vez hace varios años cuando estudiaba en la universidad pero, al contárselas, la estoy haciendo mía. La interpretación al final de la historia sí es propia.

Un hombre caminaba perdido por los valles de la costa. Solo sabía que si seguía caminando siguiendo la corriente del río llegaría a algún poblado. Su temor era que no sabía qué tan cerca estaba el poblado más próximo. A pesar del cansancio que lo agobiaba, su instinto de supervivencia lo mantenía de pie. Sus pies hinchados, el rostro quemado por el sol y su respiración jadeante hacían ver que llevaba varias horas caminando. Mientras caminaba, maldecía el haberle hecho caso a sus amigos. Qué bien estaría en estos momentos en su casa, disfrutando de las comodidades de su hogar, en vez de estar sufriendo de esta manera. En el accidente había perdido todo: el auto, los víveres, etcétera. Estaba absorto en estos pensamientos cuando, a lo lejos, divisó a un anciano campesino que cosechaba algunos tubérculos para llevárselos a su casa. El hombre de nuestra historia se acercó al campesino y, luego de saludarlo de mala manera, le preguntó cuánto se demoraría en llegar al pueblo más cercano. El campesino ni se inmutó. No levantó la vista, no le contestó y siguió trabajando en lo suyo. El hombre, enojado por la actitud del campesino volvió a preguntarle por el tiempo que se demoraría en llegar al poblado más próximo pero en esta oportunidad lo hizo en voz alta y casi gruñendo. El campesino tampoco le prestó atención y siguió en lo suyo. El hombre se dio cuenta que no le arrancaría ni una palabra al campesino así que refunfuñando, sabe Dios qué cosas, apretó el paso y siguió, fastidiado, con su caminata. Luego de haberse alejado unos cuantos pasos, el hombre escuchó, a sus espaldas, la voz del campesino que le decía que llegaría al pueblo más cercano, aproximadamente, en dos horas. Al escuchar esto, el hombre de nuestra historia, dio media vuelta, regresó sobre sus pasos y encaró al campesino preguntándole por qué no le había respondido cuando inicialmente le había preguntado por el tiempo que se demoraría en llegar al pueblo más cercano. El campesino, mirándolo fijamente a los ojos, le respondió que no lo había hecho antes porque tenía que ver a qué velocidad se alejaba para poder decirle cuánto tiempo se demoraría en llegar al pueblo más cercano.

Nosotros como profesores no podemos, ni debemos, preparar nuestra clase si antes no sabemos con qué velocidad “caminan” nuestros alumnos. Antes, debemos observar sus habilidades y estilos de aprendizajes para poder orientarlos. Una vez que vemos la “velocidad con que caminan”, entonces, recién, podemos preparar nuestra clase.

Monterrico, agosto de 2013

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