¿(NO)ME GUSTAN LAS MATEMÁTICAS?
Héctor Viale Tudela
Les planteo hacer un pequeño
ejercicio (no se asusten, no es de matemática): cerremos los ojos y trasladémonos
mentalmente a través del tiempo unos años atrás hasta nuestra época de
escolares. Nuestras mejores clases, ¿no eran aquellas en las cuales nos gustaba
intervenir y lo hacíamos participando con total libertad y comodidad? ¿O
aquellas en las cuales aprendíamos con mucho gusto? ¡Y lo mejor de todo es que
conseguíamos buenas calificaciones! ¿Recuerdan haberse preguntado en alguna
oportunidad por qué a este profesor de matemática sí le entiendo y a este otro
no? ¿Qué es lo que nos gustaba? ¿Qué nos movía?
La motivación es un vehículo
metodológico que debe ser necesariamente implementado no únicamente en la
escuela, sino también en el sistema de enseñanza aprendizaje universitario y en
especial en los cursos de matemática. La
motivación no se reduce a unos minutos al inicio de las clases o al inicio del desarrollo
de un tema en particular. Tampoco se centra en captar la atención de los
alumnos solo por unos instantes al inicio de la clase. El proceso de la
motivación es mucho más complejo y se inicia desde la concepción del curso
pasando, luego, por su diseño. La motivación no solo se dirige a la cognición
de los alumnos; tiene, más bien, un alto componente emotivo, así como una gran
relación con el rol del profesor, tanto dentro como fuera del salón de clase.
Es por esto por lo que el rol del docente debe centrarse, principalmente, en “inducir
y provocar motivos en sus alumnos” (Díaz, Hernández; 1998). Es decir,
motivarlos.
Para muchos entendidos en
la docencia universitaria el sistema de enseñanza aprendizaje, a diferencia de
lo que ocurría antes, requiere de herramientas de motivación adicionales a la
motivación propia por aprender que debe traer consigo cada estudiante. Solo de
esta manera podrá apoderarse y hacer suyo el conocimiento impartido. Más aún en
estos tiempos, ante la masificación de las universidades y la casi nula
selección de los estudiantes que se proponen estudiar una carrera, es necesario
contar con herramientas o vehículos metodológicos que formen parte del diseño
del sistema de enseñanza aprendizaje que capturen y sostengan la atención de
los educandos. De esta manera, se optimiza la enseñanza y se alcanza el
verdadero aprendizaje para un posterior desarrollo profesional competente. Los
estudios de Gagné (1966) indican que estos vehículos que alimentan el sistema
de enseñanza aprendizaje serían la motivación y el vínculo que el docente puede
llegar a establecer con sus alumnos, así como el combustible que alimenta el fuego
de una hoguera.
Para justificar
teóricamente la importancia de la motivación como vehículo metodológico en el
sistema de enseñanza aprendizaje, nos hemos basado en el planteamiento que,
desde el punto de vista de la biología, hiciera Piaget en 1969. El estudio de
Piaget giró en torno a las relaciones y similitudes existentes entre la vida
orgánica y el conocimiento: el organismo biológico es el sujeto y el entorno o
medio ambiente es el conjunto de objetos exteriores que este busca conocer.
El dictado de una clase
sea cual sea la materia no garantiza el aprendizaje del alumno, pero sí debería
ser desencadenante y perturbador. La clase, por sí misma, no determina la
adquisición de los conocimientos por parte de los estudiantes. Es el propio
estudiante el que determina cuándo la clase es desequilibrante (motivadora) y,
por lo tanto, cuándo logrará el cambio que se desea conseguir en él.
Si el sistema de
enseñanza aprendizaje no genera en el estudiante un desequilibrio cognitivo, no
hay cambio ni aprendizaje por parte del sujeto. El entorno “bombardea” y el
sujeto reproduce el estímulo de forma endógena. Nada del entorno representa
instrucciones para él. Los organismos (y los sujetos) están dotados de
autonomía para decidir cuándo llevar a cabo el cambio. La motivación y los
estímulos externos ayudan a que ese cambio se produzca.
Para graficar lo
anterior, voy a dar un ejemplo que un buen día, un profesor de la maestría, y
amigo mío, me comentó: supóngase un gran barco que pasa por altamar y que, en
su avance, genera grandes olas, de modo que los organismos que se encuentran en
el fondo del mar reaccionan frente a este oleaje. Estos organismos, recálquese,
no reaccionan frente al barco, sino frente al oleaje que este genera. No saben
si lo que produjo el oleaje fue un barco, un yate, un submarino, un nadador, o
el paso de alguna otra especie animal más grande. Solo se estimulan ante la
interacción (oleaje).
En un salón de clases, el
alumno puede tener al frente, como profesor, al mejor especialista de ese
curso. Pero si el docente no genera la interacción (motivación) necesaria para
lograr el cambio en el alumno, el aprendizaje no se produce. También puede ocurrir
lo contrario. Un profesor, aun no siendo tan especialista en determinada
materia, puede tener las herramientas suficientes para generar la interacción
(motivación) que logre el cambio en el estudiante.
La motivación es mucho más que dirigirse al sentimiento de los alumnos.
Es una completa articulación de las actividades llevadas a cabo dentro y fuera
del aula, desempeñando el profesor un rol preponderante.
Las investigaciones en torno a los desafíos o retos en las clases de
matemática dan cuenta de la fuerte motivación generada en los alumnos: un entorno de clase que incentiva a los estudiantes a adoptar metas de
aprendizaje (en lugar de buscar resultados) promueve el desarrollo de la
motivación intrínseca. Los salones de clase deben facilitar la motivación
intrínseca al enfatizar la autonomía de los alumnos, ofreciendo desafíos
óptimos y la competencia necesaria que promueva la retroalimentación, comunicando
una actitud de respeto y afecto hacia los alumnos y nunca mirarlos de arriba
hacia abajo sino de frente.
Entonces, ¿no me gustan las matemáticas o, lamentablemente,
no tuve la oportunidad de contar con un profesor motivador?
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