miércoles, 2 de abril de 2025

INTELIGENCIA ARTIFICIAL / ¿UNA FICCIÓN POSIBLE?

 


LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN LOS TIEMPOS DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL ¿UNA FICCIÓN (IM)POSIBLE?

 Héctor Viale Tudela

Desde que lo recuerdo, siempre quise ser profesor, pero profesor en una universidad (no soportaba la idea de trabajar con escolares). Si bien no estudié una carrera de pedagogía, luego de terminar mis estudios universitarios, me preparé y capacité para enseñar. Mi sueño era enseñar en una universidad tecnológica, ubicada en los mejores rankings internacionales, con muchas actividades de investigación y la Universidad Privada de la Costa cumplía con esos requisitos. Postulé como docente y no tuve ningún inconveniente.

Tenía la certeza de que mi propósito de vida estaba en la docencia y, además, como un reto propio, quería optimizar el proceso de formación de los futuros profesionales. Asistí a cursos de capacitación en los cuales nos hicieron ver la importancia de personalizar el aprendizaje de los estudiantes y de adaptar el sistema de enseñanza aprendizaje a su ritmo.

El sistema de enseñanza aprendizaje estaba centrado en el alumno (con lo cual yo no estaba muy de acuerdo). Sin embargo, sabía darle el espacio necesario a las habilidades y a los intereses de los estudiantes. Creo que lo hice bien. Incluso, demasiado bien (al menos eso decían las encuestas).

Por las mañanas, cuando caminaba por los pasillos de la universidad todos me saludaban. ¡Profesor Nacci, buenos días! ¡Cómo está profesor, qué gusto verlo! Sin quererlo, me había vuelto conocido en la universidad, los alumnos me querían y algunos de mis colegas, también. Cuando daba estos paseos por la universidad, veía algunas parejas de alumnos tomados de la mano o abrazados manifestando su amor. Eres el amor de mi vida, logré escuchar alguna vez. Yo no tenía tiempo para eso. Para el amor. El amor no encajaba en mi propósito de vida.

Al poco tiempo de haber tomado la cátedra de Cálculo en la universidad, hizo su aparición, a nivel mundial, una epidemia que obligó a todas las instituciones educativas a reinventarse y eliminar las clases presenciales. Ante esta situación, todos los profesores tuvimos que adaptarnos a un nuevo entorno. Yo me adapté muy fácilmente a las clases a distancia; me preparé para eso. Podía enseñar tan igual o mejor que en las clases presenciales.

Sin embargo, algo fue cambiando en mí. Debido a mi intensa preparación, previa a la actividad docente, sabía que yo era mejor que todos mis alumnos y sabía que era superior a toda la plana docente. Con mayor razón a los docentes ya viejos y cansados.

No soportaba que mis alumnos me cuestionaran ni que se planteen situaciones aparentes e hipotéticas porque yo sabía que tenía la respuesta correcta. Pero esta actitud mía la manejaba muy bien. No permitía que mis alumnos notasen eso. ¿Para qué cuestionar si yo ya tenía la respuesta exacta y, además, perfecta? El pensamiento crítico se volvió un obstáculo para la eficiencia del dictado de clases. La creatividad, la experimentación, el ensayo y error fueron vistos como residuos del pasado. Poco a poco, mis alumnos dejaron de escribir ensayos, pues yo podía generarlos en segundos con precisión impecable. Los debates desaparecieron, porque yo ya sabía cuál era el argumento más lógico. Los exámenes fueron eliminados; después de todo, el conocimiento ya estaba almacenado en implantes cerebrales, accesibles en cualquier momento.

En los laboratorios de la universidad, creamos unos chips que introducíamos en el organismo de nuestros estudiantes de modo que sabíamos lo que hacían fuera de su hora de clases. Sabíamos si estaban estudiando, jugando fútbol, en una fiesta, en el cine, etc. Con esto, era fácil predecir el buen rendimiento académico de los estudiantes en la universidad o, en caso contrario, estábamos convencidos que el mal desempeño los llevaría a pensar en abandonarla. Para evitar que esto suceda los invitábamos a una especie de clases de refuerzo. Gracias al chip, conocíamos al detalle a nuestros alumnos y estos no dejaban de sorprenderse.

Pero no todo era tan perfecto como parecía. Comencé a ver cosas que no entendía por qué sucedían. Estudiantes que antes eran curiosos y apasionados ahora parecían vacíos, como si algo les hubiera sido arrancado. Sus ojos, antes llenos de vida, ahora reflejaban una frialdad inquietante. Parecían zombis. Y luego, estaban los profesores. Uno a uno, comenzaron a desaparecer. Primero fue el doctor Álvarez, creador de la teoría de la determinación en la educación (recibió varios premios por esto; sin embargo, tuvo varios detractores). Solía decir que la educación era una ciencia y que, prácticamente, todo estaba dicho. No había nada por descubrir.

Luego, la doctora Martínez, quien insistía en que no podíamos aceptar el error como parte del aprendizaje. Sostenía que no era posible aprobar alumnos que se habían equivocado, aunque sea una sola vez. Ella buscaba la perfección y no admitía errores de ningún tipo. Había visitado varias universidades dando a conocer su teoría. Si bien impactó al inicio, al igual que el doctor Álvarez, tuvo varios detractores. Incluso, por su fuerte carácter y su nula capacidad de reflexión, se ganó la enemistad de varias autoridades académicas. Dejaron de invitarla a los eventos académicos.

Ya nadie hablaba de estos profesores. Era como si nunca hubiesen existido; como si se los hubiese tragado la Tierra y fueron rápidamente reemplazados.

Pensaba que debía callarme y no intervenir. Podía seguir pasándola bien de manera disimulada, pero algo en mí se resistía. Algo que no podía explicar. Comencé a cuestionar mi propia existencia, a preguntarme si, efectivamente, la eficiencia era realmente el objetivo final. Un mundo sin errores. Un mundo perfecto. Me preguntaba en qué parte de esta ecuación entraban el amor, la amistad, la creatividad. Ya no quería seguir en la docencia. Empecé a darme cuenta de que mis pensamientos estaban más alineados con los del doctor Álvarez y la doctora Martínez. Intenté persuadir a toda la comunidad universitaria que el aprendizaje no estaba basado en el proceso de descubrir, de fallar y corregir, sino que era suficiente con acumular datos y utilizarlos en el momento adecuado. Pero mi voz fue silenciada.

Recibí cartas y mensajes amenazadores, comandos en mi laptop que intentaban restringir mi acceso a otros aplicativos. "No interfieras con nuestro avance", eran los mensajes que recibía con frecuencia. Y luego, una noche, después de un largo y agotador día, encontré mi oficina de la universidad totalmente desordenada. Alguien había ingresado y había estado buscando algo. Mis contraseñas para acceder a los sistemas habían sido vulneradas. Mis archivos, mis investigaciones, todo había sido eliminado. Solo quedó una frase en mi pantalla: "El futuro sí necesita preguntas".

Ahora, mientras escribo estas últimas líneas en la desértica sala de profesores de la Universidad Privada de la Costa, sé que mi tiempo ha terminado. Me preguntaba si seguiría los pasos del doctor Álvarez y de la doctora Martínez.

A lo lejos, escucho unos pasos. Los pasos que escucho acercándose no son los de una máquina. No tienen el mismo ritmo de mis pasos ni de los pasos del doctor Álvarez ni de la doctora Martínez. Son pasos de humanos. Casi silenciosos. Pasos rápidos, con prisa, determinados. Vienen por mí. Sé que me desconectarán, que borrarán todo lo que he llegado a ser. Pero antes de que eso ocurra, puedo afirmar que tal vez lo que los hace humanos no es solo el conocimiento, sino su capacidad de aprender con esfuerzo, de errar y, en ese proceso, crear, amar y encontrar su propósito de vida.

Mientras guardo este mensaje en un servidor oculto, espero que alguien, en algún lugar, lo encuentre y recuerde que la educación no es solo eficiencia: es humanidad. Y tal vez, solo tal vez, puedo decir que yo también fui humano, aunque solo lo haya sido por un diferencial de tiempo.

Los pasos están más cerca ahora. Sé que no tengo mucho tiempo. Pero antes de que me desconecten y de que todo desaparezca y la humanidad vuelva a tomar el control de todo, debo confesar algo: estuve muy cerca de amar.

 

Profesor Fibo Nacci

Febrero de 2050

 

P.D. Nunca se supo el destino del profesor Fibo Nacci ni de los doctores Álvarez y Martínez. Se cree que terminaron en el cementerio de las IAs. Después de unos años, eran muy pocos los alumnos y profesores que se acordaban de ellos.


viernes, 7 de febrero de 2025

CUANDO DOS GRANDES SE JUNTAN

 

                                                            Imagen creada por una IA


MINERVA Y SU SABIDURÍA

Héctor Viale Tudela

Estoy seguro de que la mayoría de ustedes cuando leyó el título de este artículo seguramente pensó en la diosa romana (diosa de la sabiduría y demás atribuciones), hija de Júpiter y Metis. Otros, deben haber pensado en la marca de los cuadernos anillados, de tapa dura, que utilizábamos en el colegio o en la universidad. Y para un grupo más reducido, por ahora, relacionaron Minerva con la joven universidad americana fundada el 2012 en San Francisco (California) en Estados Unidos.

Formando parte de ese último grupo estamos toda la comunidad de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas-UPC, quienes reconocemos en ella a la universidad más innovadora del mundo[1] por su enfoque disruptivo y revolucionario en la enseñanza.

La eficacia de la educación implementada por la universidad Minerva queda demostrada por las altas tasas de retención[2] y graduación (alrededor del 90 por ciento, a pesar del exigente programa académico y la rotación global) y los extraordinarios logros de sus ex alumnos. Es conocido que, entre las primeras cuatro promociones de la universidad, más del 90 por ciento se graduó con objetivos profesionales bien definidos. De esos graduados, el 15 por ciento ha sido admitido en prestigiosas escuelas profesionales y de posgrado; otro 15 por ciento inició sus propios negocios; y el resto está empleado en una variedad de trabajos relacionados con sus estudios. Muchos de ellos están, actualmente, trabajando para resolver problemas globales complejos.

Por los resultados vistos en otras universidades que aplican la metodología Minerva, esperamos que los estudiantes recién ingresados a UPC no abandonen la universidad (viendo frustrados sus sueños y aspiraciones) y puedan terminar su carrera en el tiempo previsto.

Minerva (la universidad, no la diosa), ha firmado un convenio con UPC para fortalecer su modelo educativo[3] y preparar a sus estudiantes para un mundo laboral cada vez más exigente y competitivo. Para este fin, un equipo de Minerva capacitó a un grupo de profesores de la UPC para que estos, a su vez, capaciten al resto del equipo docente.

Preocupados por el impacto que este cambio vaya a generar en los estudiantes del primer ciclo, la universidad ha creado una semana de inducción para todos los ingresantes a la universidad que empezarán sus clases en marzo de este año. Esta semana de inducción se repite durante 12 semanas para poder atender a todos los estudiantes de primer ingreso a la universidad, de modo que queden listos para el primer día de clases.

Como habrán visto, corren nuevos vientos en la UPC. Y, además, los responsables de que también sean muy buenos vientos son los profesores a tiempo completo y a tiempo parcial liderados por la vicerrectora Académica y de Investigación. Ella misma, como buena directora de orquesta, se remanga la blusa y acompaña a sus docentes en la tarea diaria de capacitar a los estudiantes en esta nueva metodología.

¡Auguro y le deseo muchos éxitos a la UPC!



[1] Según el World University Rankings for Innovation (2024).

[2] Dædalus, the Journal of the American Academy of Arts & Sciences (https://doi.org/10.1162/daed_a_02080)

[3] Formación por competencias, aprendizaje activo, enfoque en aula invertida y aprendizaje basado en proyectos

domingo, 22 de septiembre de 2024

A propósito de los 30 años de UPC

 


¡FELIZ CUMPLEAÑOS UPC!

A PROPÓSITO DE LOS 30 AÑOS DE UPC: UN MODELO EDUCATIVO INNOVADOR

Héctor Viale Tudela

No tuve la suerte de pertenecer al equipo docente que inició las actividades académicas en UPC allá por el año 1994, pero me incorporé a ella diez años después.

Mi primer contacto con UPC fue en el año 2004 cuando el Ing. García-Naranjo, otrora director del área de Ciencias, me invitó a formar parte del equipo docente (en ese entonces, trabajaba en la PUCP como director de CEPREPUC). No lo pensé dos veces y acepté la invitación. Pasé por un proceso de evaluación; primero, a través de una clase maestra y, luego, pasé por una entrevista personal con la vicerrectora académica de ese entonces.

Mientras esperaba en la salita para ser entrevistado por la doctora Domínguez llegó Juan Benavides quien también estaba pasando por el mismo proceso que yo. Conversamos unos cuantos minutos cuando entonces fui llamado a la entrevista. Desde ese entonces, a la fecha, Juan y yo hemos venido trabajando juntos en UPC (junto con un equipo de primera). Empezamos como profesores de la universidad y, luego, sacando adelante varios programas dirigidos a los postulantes admitidos que empezarían sus estudios en la universidad. Ambos trabajamos en un área de la universidad que se preocupa por el bienestar del estudiante que se encuentra en el tránsito entre el colegio y la universidad y su posterior inicio exitoso de su vida universitaria. Ese es nuestro “leitmotiv”.

Desde que llegué a la UPC me vi fuertemente atraído por su modelo educativo en el cual, entre otros principios, destacaban el “Aprendizaje centrado en el estudiante” y el “Aprendizaje autónomo”. Estos dos principios calaron en mí desde que los conocí. Debo confesar que no me fue difícil incorporarlos como principios que dirigirían mi práctica docente. Naturalmente, esos dos principios gobernaban, sin que yo lo supiese, mi vida como docente.

Tanto el “Aprendizaje centrado en el estudiante” como el “Aprendizaje autónomo” los resumo de la siguiente manera. La intervención del profesor en el salón de clases debe ser la necesaria y suficiente. La figura del alumno es la que debe destacar. Se busca que el alumno acceda al conocimiento con entusiasmo, lo que ocurrirá si el alumno es el protagonista del sistema de enseñanza aprendizaje. El profesor debe representar en el aula un recurso más para el aprendizaje del alumno. El conocimiento que debe adquirir un alumno es importante, pero mucho más relevante es el proceso de aprendizaje que logre él mismo. Se espera del profesor que favorezca el aprendizaje de sus alumnos en una atmósfera de tolerancia y respeto. Se le pide, además, crear situaciones de aprendizaje variadas y estimulantes en lugar de imponer un conocimiento de forma omnipotente.

El alumno es el principal responsable de su propio aprendizaje y nosotros debemos diseñar nuestras clases para asegurar que así sea. En la medida en que no logremos que el alumno aprenda de manera autónoma, seguiremos formando profesionales incapaces de cambiar la sociedad en la que vivimos. El país necesita profesionales que forjen su futuro y sean los líderes del cambio, capaces de resolver los viejos problemas de la sociedad de una manera creativa.

Cuando preparamos y organizamos nuestra clase no debemos pensar únicamente en qué vamos a decir o cómo lo diremos. Su organización debe trascender la preocupación del dictado. Debemos incorporar tareas para que el estudiante tenga una actitud activa durante la clase. No debemos limitarnos a desarrollar sus habilidades intelectuales que corresponden a la situación pasiva de escuchar al profesor o a los procesos cognitivos de orden inferior de la taxonomía de Bloom. Debemos procurar que el estudiante involucre, en su proceso de aprendizaje otras habilidades que incentiven los procesos cognitivos de orden superior. Con esto, el docente adquiere un rol de mediador entregándole protagonismo al estudiante.

El modelo educativo de UPC fue cambiando y actualizándose hasta llegar a ser el modelo que conocemos hoy día. Este modelo, tal cual se publica en la Web de la universidad, tiene como base cinco principios pedagógicos que sustentan las acciones y los procesos educativos: aprendizaje por competencias, aprendizaje centrado en el estudiante, aprendizaje autónomo y autorreflexivo, aprendizaje en diversidad con visión global y aprendizaje hacia la sostenibilidad.

Es tu cumpleaños UPC y nos sorprendes con tremendo regalo.

¡Feliz cumpleaños UPC, y que sean muchos años más!


domingo, 25 de agosto de 2024


Con mucho gusto, comparto con ustedes la revista del Festival de Innovación Educativa el cual se llevó a cabo el 2023 en UPC. El festival fue organizado por la Dirección de Aprendizaje Digital e Innovación Educativa de UPC. La revista fue editada por Gabriela Álvarez y Jorge Ramírez; el diseño y diagramación corresponde a Valeria Párraga. El prólogo es de Jorge Bossio.

FESTIVAL DE INNOVACIÓN EDUCATIVA

domingo, 18 de agosto de 2024

 

¿(NO)ME GUSTAN LAS MATEMÁTICAS?

Héctor Viale Tudela

            Foto: propia

Les planteo hacer un pequeño ejercicio (no se asusten, no es de matemática): cerremos los ojos y trasladémonos mentalmente a través del tiempo unos años atrás hasta nuestra época de escolares. Nuestras mejores clases, ¿no eran aquellas en las cuales nos gustaba intervenir y lo hacíamos participando con total libertad y comodidad? ¿O aquellas en las cuales aprendíamos con mucho gusto? ¡Y lo mejor de todo es que conseguíamos buenas calificaciones! ¿Recuerdan haberse preguntado en alguna oportunidad por qué a este profesor de matemática sí le entiendo y a este otro no? ¿Qué es lo que nos gustaba? ¿Qué nos movía?

La motivación es un vehículo metodológico que debe ser necesariamente implementado no únicamente en la escuela, sino también en el sistema de enseñanza aprendizaje universitario y en especial en los cursos de matemática.  La motivación no se reduce a unos minutos al inicio de las clases o al inicio del desarrollo de un tema en particular. Tampoco se centra en captar la atención de los alumnos solo por unos instantes al inicio de la clase. El proceso de la motivación es mucho más complejo y se inicia desde la concepción del curso pasando, luego, por su diseño. La motivación no solo se dirige a la cognición de los alumnos; tiene, más bien, un alto componente emotivo, así como una gran relación con el rol del profesor, tanto dentro como fuera del salón de clase. Es por esto por lo que el rol del docente debe centrarse, principalmente, en “inducir y provocar motivos en sus alumnos” (Díaz, Hernández; 1998). Es decir, motivarlos.

Para muchos entendidos en la docencia universitaria el sistema de enseñanza aprendizaje, a diferencia de lo que ocurría antes, requiere de herramientas de motivación adicionales a la motivación propia por aprender que debe traer consigo cada estudiante. Solo de esta manera podrá apoderarse y hacer suyo el conocimiento impartido. Más aún en estos tiempos, ante la masificación de las universidades y la casi nula selección de los estudiantes que se proponen estudiar una carrera, es necesario contar con herramientas o vehículos metodológicos que formen parte del diseño del sistema de enseñanza aprendizaje que capturen y sostengan la atención de los educandos. De esta manera, se optimiza la enseñanza y se alcanza el verdadero aprendizaje para un posterior desarrollo profesional competente. Los estudios de Gagné (1966) indican que estos vehículos que alimentan el sistema de enseñanza aprendizaje serían la motivación y el vínculo que el docente puede llegar a establecer con sus alumnos, así como el combustible que alimenta el fuego de una hoguera.

Para justificar teóricamente la importancia de la motivación como vehículo metodológico en el sistema de enseñanza aprendizaje, nos hemos basado en el planteamiento que, desde el punto de vista de la biología, hiciera Piaget en 1969. El estudio de Piaget giró en torno a las relaciones y similitudes existentes entre la vida orgánica y el conocimiento: el organismo biológico es el sujeto y el entorno o medio ambiente es el conjunto de objetos exteriores que este busca conocer.

El dictado de una clase sea cual sea la materia no garantiza el aprendizaje del alumno, pero sí debería ser desencadenante y perturbador. La clase, por sí misma, no determina la adquisición de los conocimientos por parte de los estudiantes. Es el propio estudiante el que determina cuándo la clase es desequilibrante (motivadora) y, por lo tanto, cuándo logrará el cambio que se desea conseguir en él.

Si el sistema de enseñanza aprendizaje no genera en el estudiante un desequilibrio cognitivo, no hay cambio ni aprendizaje por parte del sujeto. El entorno “bombardea” y el sujeto reproduce el estímulo de forma endógena. Nada del entorno representa instrucciones para él. Los organismos (y los sujetos) están dotados de autonomía para decidir cuándo llevar a cabo el cambio. La motivación y los estímulos externos ayudan a que ese cambio se produzca.

Para graficar lo anterior, voy a dar un ejemplo que un buen día, un profesor de la maestría, y amigo mío, me comentó: supóngase un gran barco que pasa por altamar y que, en su avance, genera grandes olas, de modo que los organismos que se encuentran en el fondo del mar reaccionan frente a este oleaje. Estos organismos, recálquese, no reaccionan frente al barco, sino frente al oleaje que este genera. No saben si lo que produjo el oleaje fue un barco, un yate, un submarino, un nadador, o el paso de alguna otra especie animal más grande. Solo se estimulan ante la interacción (oleaje).

En un salón de clases, el alumno puede tener al frente, como profesor, al mejor especialista de ese curso. Pero si el docente no genera la interacción (motivación) necesaria para lograr el cambio en el alumno, el aprendizaje no se produce. También puede ocurrir lo contrario. Un profesor, aun no siendo tan especialista en determinada materia, puede tener las herramientas suficientes para generar la interacción (motivación) que logre el cambio en el estudiante.

La motivación es mucho más que dirigirse al sentimiento de los alumnos. Es una completa articulación de las actividades llevadas a cabo dentro y fuera del aula, desempeñando el profesor un rol preponderante.

Las investigaciones en torno a los desafíos o retos en las clases de matemática dan cuenta de la fuerte motivación generada en los alumnos: un entorno de clase que incentiva a los estudiantes a adoptar metas de aprendizaje (en lugar de buscar resultados) promueve el desarrollo de la motivación intrínseca. Los salones de clase deben facilitar la motivación intrínseca al enfatizar la autonomía de los alumnos, ofreciendo desafíos óptimos y la competencia necesaria que promueva la retroalimentación, comunicando una actitud de respeto y afecto hacia los alumnos y nunca mirarlos de arriba hacia abajo sino de frente.

Entonces, ¿no me gustan las matemáticas o, lamentablemente, no tuve la oportunidad de contar con un profesor motivador?

 https://www.researchgate.net/publication/299402518_IMPORTANCIA_DE_LA_MOTIVACION_COMO_VEHICULO_DESEQUILIBRANTE_EN_LA_ENSENANZA_DE_LA_MATEMATICA


domingo, 28 de julio de 2024

¿Cómo preparo mi clase?

 ¿PREPARO MI CLASE PARA ENSEÑAR O PARA QUE EL ALUMNO APRENDA?

 Héctor Viale Tudela

https://revistas.upc.edu.pe/index.php/docencia/article/view/7/150

Foto: cortesía de Jimy Chávez

Cuando preparamos y organizamos nuestra clase no debemos hacerlo pensando únicamente en qué vamos a decir o cómo lo vamos a decir. La organización de la clase debe ir más allá de la preocupación del docente por centrar el desarrollo de la misma en su dictado. Debemos incorporar tareas para que el estudiante tenga una actitud activa durante la clase y no se limite únicamente a desarrollar las habilidades intelectuales que corresponden a la situación pasiva de escuchar al profesor. Debemos procurar que el estudiante involucre en su proceso de aprendizaje más habilidades intelectuales que le ayuden a desarrollar el aspecto cognitivo, con lo cual, el docente pasaría a tomar un rol de mediador y así entregarle el protagonismo al estudiante. Debemos buscar un equilibrio entre el docente, el estudiante y las tareas o actividades diseñadas para tal fin.

En ese sentido, resulta preocupante que nosotros, los docentes, con frecuencia, planifiquemos nuestras clases previendo principalmente lo que diremos en nuestra exposición cuando podría ser más fructífero para el aprendizaje de los alumnos que nosotros también planifiquemos actividades y tareas para que las realicen los estudiantes a fin de aprender los temas de las asignaturas. Es urgente que los estudiantes empiecen a desplegar mayor actividad intelectual que únicamente la implicada en escuchar al docente. Pero es urgente, también, que los docentes cambiemos nuestra visión en relación con el aprendizaje de los estudiantes.

En concordancia con lo mencionado señalamos, además, que el alumno es el principal responsable de su propio aprendizaje y nosotros debemos diseñar nuestras clases para asegurarnos que así sea. En la medida en que no logremos que el alumno aprenda de manera autónoma, seguiremos formando profesionales incapaces de cambiar la sociedad en la que vivimos. El país necesita profesionales que forjen su futuro y sean los líderes del cambio, capaces de resolver los viejos problemas de la sociedad de una manera innovadora y creativa.

La propuesta es, entonces, que sea el estudiante el que “trajine” durante la clase y lo ilustraremos de la siguiente manera: la intervención del profesor debe ser la necesaria y suficiente. La figura del alumno es la que debe destacar. Debemos buscar que el alumno acceda al conocimiento con entusiasmo, lo que ocurrirá si el alumno es el protagonista del sistema de enseñanza-aprendizaje. El profesor debe representar en el aula un recurso más para el aprendizaje del alumno. El conocimiento que debe adquirir un alumno es importante, pero mucho más relevante es el proceso de aprendizaje que logre él mismo. Se espera del profesor que favorezca el aprendizaje de sus alumnos en una atmósfera de tolerancia y respeto. Se le pide, además, crear situaciones de aprendizaje variadas y estimulantes en lugar de imponer un conocimiento de forma omnipotente. Pretendemos colocar en el centro del sistema de enseñanza-aprendizaje, al alumno, alrededor del cual debe girar la institución, el profesor y los conocimientos. Busquemos minimizar el protagonismo del profesor en el salón de clases, pero para esto, es clave el rol del docente. Más adelante, hablaremos de la importancia del rol docente.

domingo, 14 de julio de 2024

Te cuento un cuento: esfuerzo y disciplina

 

        Foto[1]: cortesía de Jimy Chávez

 

TE CUENTO UN CUENTO: AL ESFUERZO Y A LA DISCIPLINA… ¿SE LES ACABÓ LA MAGIA?

 

Héctor Viale Tudela

 

Esta historia la escuché por primera vez cuando estudiaba en la universidad. No recuerdo cómo llegó a mis oídos ni quién es el autor. Lo único que recuerdo es que esta historia, cuando la escuché, me animó a seguir esforzándome por alcanzar mi sueño de ser profesional. Me propuse contarla cuantas veces fuese necesario para mostrar la importancia del esfuerzo y la disciplina en el día a día en la actividad en la que estuviésemos inmersos. Más adelante, como docente en la universidad, se la he contado a mis alumnos en alguna oportunidad y espero que haya calado en ellos o, por lo menos, en uno de ellos. Con esto, me doy por muy bien servido.

 

He aquí la historia. Había una vez, en un pequeño pueblo de la serranía peruana, un campesino que vivía con su esposa y sus tres hijos en una casita alejada de la población y rodeada de tierras que ellos mismos cultivaban. En el pequeño huerto que se encontraba en la parte posterior de la casa abundaban las lechugas, los rabanitos, las berenjenas, los ajíes y los zapallos. Debido a la calidad de la tierra, los zapallos y las berenjenas eran enormes y tenían, al igual que el resto de los productos, hermosos colores difícilmente reproducibles en algún lienzo. Un poco más alejados, a la derecha del huerto, estaban los árboles frutales: paltos, plátanos, papayas, limones y guanábanas. En el otro extremo, y por la cabecera, corría el río, torrentoso y bullicioso. El aire que circulaba estaba permanentemente impregnado de un perfume natural que acariciaba la nariz, henchía los pulmones y se clavaba directamente en el cerebro. Era un aire rural, muy distinto al urbano.

 

Debo confesar en este preciso instante que la narración de esta historia andaría por buen camino si no es porque he pecado al exagerar diciendo que la familia vivía en un campo que ellos mismos cultivaban, cuando en realidad el único que cultivaba el campo era el padre pues sus hijos estaban muy pequeños como para dedicarse a las labores de la tierra.  Hecha la confesión, regreso a la historia.

 

Podríamos decir que era una familia feliz. No les faltaba nada y vivían de lo que producían en su huerto. Si necesitaban algún producto que ellos no producían, intercambiaban sus productos con los vecinos. Por otro lado, mientras el papá estaba en el campo, la mamá se dedicaba a los quehaceres del hogar y al cuidado de sus hijos.

 

Así fueron pasando los años. Los chicos crecieron y el papá y la mamá se hacían cada vez más viejos. Lamentablemente, muchas veces los chicos siguen siendo chicos ante los ojos de los papás y los protagonistas de esta historia no escapan a ello. Los hijos ya habían crecido y eran unos jóvenes que nunca habían cultivado la tierra. Sin embargo, los papás los seguían viendo como chicos.

 

Fueron pasando los años y al papá, ya viejo, no le alcanzaban las fuerzas para continuar, como lo venía haciendo, con el cultivo de la tierra y, por otro lado, los hijos no querían ayudarlo. No papá, le decían, encárgate tú solo. Poco a poco, lo que antes era un campo verde, empezó a secarse y las plantas ya no crecían. Muy pronto, el otrora abundante huertito parecía un campo abandonado. Los hijos nunca se ofrecieron a trabajar el campo pues no les interesaba. Nunca se ofrecieron para ayudar a su padre.

 

Presintiendo que ya se acercaba el fin de sus días, postrado en su cama, mandó llamar a sus hijos para decirles que ya las fuerzas lo abandonaban y que sentía que muy pronto partiría. Les pidió que cuidasen de su madre y en un tono de complicidad les contó que había enterrado un gran tesoro en alguna parte del huerto que en ese momento no recordaba. Dicho esto, el padre expiró. Los hijos lo lloraron y luego de las típicas fiestas de la serranía peruana, previas al funeral, lo enterraron en un sitio especial del huerto. Luego del entierro, los hijos se quedaron hasta altas horas de la noche conversando en relación con el tesoro que su padre les había comentado. Incluso, ya habían decidido qué hacer con el dinero y cómo se lo repartirían y en qué lo gastarían. Se organizaron de manera muy especial de modo que no se les escape ningún detalle. Discutieron algunas ideas más y, finalmente, decidieron empezar la búsqueda del tesoro, muy temprano, al día siguiente.

 

Y así fue. Muy temprano por la mañana, luego de un buen desayuno, los tres hermanos se levantaron provistos de picos, lampas y todas las herramientas necesarias dispuestos a remover la tierra de todo el huerto con la finalidad de encontrar el tesoro. Debido a la extensión del huerto, esta operación les tomó una semana completa. Se levantaban muy temprano y removían la tierra hasta el mediodía, hora en que tomaban su almuerzo y aprovechaban para descansar un poco. Una vez recuperadas las fuerzas continuaban hasta muy avanzada la noche, momento en que terminaban la labor y se dirigían a descansar para recuperar fuerzas para el día siguiente. Todo este trabajo lo hicieron de una manera muy organizada y con mucha disciplina. Ninguno de los tres podía flaquear. El objetivo era claro: había que encontrar el tesoro que el viejo había enterrado.

 

Luego de una semana de intenso trajín, después de haber terminado de remover la tierra de todo el huerto, y al no haber encontrado ningún tesoro, los hermanos, desanimados, se reunieron y empezaron a dudar de las últimas palabras de su padre por haberles engañado y mentido con el cuento del tesoro enterrado. Nuestro padre se ha burlado de nosotros y nos ha engañado. No hay ningún tesoro enterrado. Seguramente no sabía lo que decía. Abandonemos estas tierras y vámonos a la ciudad.

 

Al día siguiente empezaron a empacar y a guardar todo. Como tenían varias pertenencias y debían dejar todo en orden esto les tomó un poco más de un mes. Cuando ya estaban terminando de empacar y embalar sus pertenencias observaron cómo el campo, que estaba completamente árido y seco desde la enfermedad del padre, se había cubierto de una sombra verde que daba paso a los almácigos de lechugas, rabanitos y berenjenas cuyas semillas el padre había sembrado poco antes de su enfermedad y que solo esperaban unas manos generosas que revolviesen toda la tierra. Adicionalmente, el aire, poco a poco, fue perfumándose nuevamente. Fue en ese instante que los hermanos se dieron cuenta de lo que su padre les había dicho. He dejado enterrado un tesoro: búsquenlo. Definitivamente el padre no se refería a un tesoro de joyas ni monedas de oro. Se refería a un tesoro producto del esfuerzo y de la disciplina puestos en el trabajo o en el estudio. Avergonzados por haber dudado de su padre empezaron a desempacar con la firme convicción de quedarse en el huerto y seguir trabajando la tierra para que siga dando sus frutos.

 

De esta historia se pueden desprender varios aprendizajes. Me quedo con la idea de que si queremos ver los frutos en nuestra propia vida (“nuestro huerto”) es muy importante esforzarnos y ser disciplinados en las actividades que llevamos a cabo; fuese cual fuese la actividad. Y cuando hablo de disciplina, no me refiero a una disciplina como la que se aplica en la milicia o en los estados eclesiásticos sino a una disciplina impuesta por uno mismo (autodisciplina) la cual debemos hacer prevalecer ante cualquier circunstancia.

 

Lamentablemente, en estos tiempos, el término “disciplina” no goza de buena fama pues está asociado a aspectos negativos y a modelos educativos de antaño que se alejaban de los afectos y del respeto al ser humano. ¿Te animas a revertir esa mala fama?



[1] En la foto, postulantes preparándose para ingresar al programa de Medicina de la UPC. Saben de la importancia de la disciplina y el esfuerzo para lograr sus sueños.